Este relato, transmitido de generación en generación, no solo evoca una tragedia ocurrida durante la Revolución Mexicana, sino que también refleja la memoria colectiva de un pueblo que aún escucha, en las noches más quietas, el eco de un tren que jamás llegó a su destino.

El convoy de la Revolución

Corría el año de 1914. En plena efervescencia revolucionaria, un tren militar partió desde el centro del país con dirección al norte, transportando a más de 200 soldados, oficiales y un cargamento considerable de armas, parque y provisiones. Su destino era la estación de La Breña, en el municipio de Poanas, un punto estratégico en la ruta ferroviaria que conectaba Durango con otras regiones clave del conflicto armado.

El convoy avanzaba sin contratiempos, ajeno a la emboscada que lo aguardaba. Los insurgentes, conocedores del itinerario y del valor del cargamento, habían colocado cargas explosivas en un tramo de vía cercano a la estación. Cuando el tren llegó al punto señalado, una explosión estremeció la tierra. Vagones enteros fueron lanzados por los aires, la locomotora se volcó, y el estruendo se escuchó hasta en los poblados más alejados.

El abandono y la codicia

La escena que siguió fue desoladora. Muchos soldados murieron al instante; otros, heridos de gravedad, quedaron atrapados entre los restos humeantes. Sin auxilio militar y en medio del caos de la guerra, los cuerpos permanecieron días enteros expuestos al sol, al polvo y al olvido.

Los primeros en llegar no fueron rescatistas, sino pobladores atraídos por la posibilidad de encontrar objetos de valor entre los restos. Se dice que algunos hallaron medallas, utensilios de plata del vagón comedor, e incluso joyas personales de los oficiales. Uno de los relatos más comentados habla de un hombre que, al ver a un perro arrastrando un brazo humano con una esclava de oro, se la arrebató sin reparo. Este acto, más allá de lo macabro, marcó el inicio de una serie de sucesos inexplicables.

El regreso del tren que nunca volvió

Con el paso del tiempo, la vía fue reparada y el servicio ferroviario se reanudó. Sin embargo, los habitantes de los alrededores comenzaron a reportar fenómenos extraños. En las noches más oscuras, se escuchaba el silbato de un tren aproximándose, el crujir de los rieles y el resplandor de un faro que iluminaba la brecha… pero el tren nunca llegaba.

Quienes esperaban en la estación de La Breña afirmaban ver la luz acercarse, sentir el temblor del suelo, y escuchar voces que parecían suplicar ayuda. Pero al mirar de frente, no había nada. Solo el silencio, y una brisa helada que recorría el andén.

Algunos lugareños creen que se trata de una manifestación de las almas que no encontraron descanso, no por maldad, sino por la forma abrupta y solitaria en que partieron. Otros piensan que el tren repite su último trayecto como una forma de preservar la memoria de los caídos, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel instante de tragedia.

La estación olvidada

Décadas después, la estación de La Breña fue relegada a una parada ocasional. Los trenes de pasajeros dejaron de circular, y las vías fueron cubiertas por maleza. Sin embargo, los relatos no cesaron. Incluso hoy, hay quienes aseguran que, al caminar por el antiguo trayecto, pueden escuchar pasos entre los arbustos, murmullos lejanos y el silbido de una locomotora que ya no existe.

La leyenda ha perdurado no solo por su carga emocional, sino porque representa una herida abierta en la historia de la región. Es un recordatorio de los estragos de la guerra, del abandono, y de la necesidad de honrar a quienes quedaron en el camino.

Soy Puro Mexicano… y también soy guardián de nuestras leyendas

Desde Soy Puro Mexicano, creemos que las leyendas como la del Tren de Poanas son más que relatos fantásticos: son fragmentos de nuestra identidad, reflejos de un pasado que aún respira en la memoria de nuestros pueblos.

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